Este año los peruanos celebramos el bicentenario de nuestra independencia nacional. La fecha emblemática es el 28 de julio de 1821, aunque sabemos que los primeros gritos libertarios fueron algunos años antes y que la independencia no se consolidó hasta después de la denominada batalla de Ayacucho en 1824. Nuestro bicentenario nos encuentra en una crisis pluridimensional, tal vez la peor de nuestra vida republicana.
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La crisis sanitaria y económica causada por la pandemia del COVID-19 se añade a aquella política y social que venimos atravesando desde hace varios años y que se ha agudizado con motivo de las recientes elecciones generales. Las propuestas de los partidos de los dos candidatos a la presidencia de la República que pasaron a la segunda vuelta representan visiones opuestas sobre las causas de nuestra situación actual y los medios para salir de ella. El candidato Pedro Castillo ha sido declarado ganador por una diferencia apenas mayor al 0.2% de los votos válidos.
El Perú está dividido y si no queremos repetir la historia de los últimos cinco años, en los cuales hemos tenido cuatro presidentes y dos congresos de la República, además de haberse politizado la justicia y judicializado la política, es fundamental dejar de lado los enfrentamientos estériles y ver el modo de trabajar juntos por el bien común de la nación.
Abrirse a los otros
Como hace unas semanas explicó el Papa Francisco, toda crisis presenta una encrucijada y nos pone ante dos caminos: el del repliegue sobre uno mismo en la búsqueda de sus propios intereses y el de la apertura a los demás con los riesgos que ello conlleva pero también con los frutos que puede dar (Discurso, 28.VI.2021).
Soy de la opinión de que este es el principal desafío para el Perú actual: abrirse a “los otros”, en la búsqueda de un proyecto común de país que, pese a tener 200 años de vida republicana, no parece que hayamos terminado de construir. Y ante este desafío, que al mismo tiempo es una gran oportunidad que nos presenta el bicentenario, los católicos, especialmente los laicos, podrían tener un protagonismo histórico en la medida en que opten por derribar muros por medio de la caridad política y construir puentes de amistad social.
Para ello parece fundamental que, siguiendo el ejemplo del Papa, los pastores demos más espacio a la doctrina social de la Iglesia en nuestra predicación y recordemos con más énfasis a los laicos que la política, que comprende no únicamente aquella partidaria sino también otras formas de participación activa en la vida de la polis, es un modo de servir a Dios y amar al prójimo, cooperando en la construcción de una sociedad más justa y fraterna. Ser cristiano tiene consecuencias no sólo en la vida personal o familiar sino también en el espacio público. Como hace unos años escribió Francisco: “La política, si se lleva a cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las personas, puede convertirse en una forma eminente de la caridad” y continuó citando a Benedicto XVI: “todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2019).
En síntesis, como tantas veces dice el Papa Francisco, de una crisis nunca se sale igual, se sale mejor o peor. Los peruanos estamos llamados a salir mejor de la crisis en la que nos encontramos y lo haremos en la medida en que trabajemos unidos, porque como también dice Francisco: “o salimos juntos o no salimos”. El camino es el diálogo a todo nivel, la integración de esos amplios sectores de la población nacional que hasta ahora han sido marginados, el aprecio por la diversidad que complementa, la búsqueda conjunta del desarrollo humano integral de todos y cada uno de los peruanos.
Texto escrito por Monseñor Javier Del Río Alba, arzobispo de Arequipa (Perú)